jueves, 9 de abril de 2009

PARECE QUE, EN PARAGUAY, LA TRAGEDIA INDÍGENA YA NO TENDRÁ SOLUCIÓN

PARECE QUE, EN PARAGUAY, LA TRAGEDIA DE LOS INDÍGENAS YA NO TENDRÁ SOLUCIÓN
Por David Galeano Olivera ( * )

Puede que más de uno piense que lo que viene a continuación se trate del argumento de una película de ciencia ficción o el contenido de alguna novela de terror; sin embargo, debo aclarar que se trata de una historia verídica y actual. Lo concreto: parece que, en Paraguay, los Indígenas ya no encontrarán solución a sus numerosos problemas, a pesar de las buenas intenciones del Presidente Lugo. Naiporâiniko pe mba’e vaiete oikóva hesekuéra. Ha’ekuéra niko oiko asy hikuái ha avave ndohechakuaaséi Ñande Ypykuéra rekove asy.
Desde 1492 los Indígenas que habitaban y habitan América; y en particular, el Paraguay han contabilizado, con ansiedad y dolor, los interminables e inhumanos segundos, minutos, horas, días, meses y años de crueles padecimientos. Desde entonces y hasta hoy han pasado más de 500 años y los sufrimientos y humillaciones, lejos de acabar, se han vuelto más intensos y despiadados. Al momento de producirse el mentado “encuentro de dos mundos”, los Indígenas en Paraguay eran extraordinariamente numerosos; hoy, en cambio, la estadística señala que apenas son cerca de cien mil personas (menos del 2% de la población del Paraguay), que pertenecen a su vez a 17 Naciones o Parcialidades. Lo más triste es que varias de esas parcialidades o naciones cuentan con pocos sobrevivientes, así por ejemplo, los conocidos con el nombre de Chamakokos no pasan de 200 últimos indivíduos; por su parte, los Guana, Sanapana, Angaite y Manjui poseen, cada parcialidad, apenas 400 a 500 últimos miembros. Estas naciones son víctimas de un horrible e imparable etnocidio, que implica la más perversa forma de la muerte, ya que ella no solamente es física sino también cultural. En otras palabras, la desaparición de estos últimos sobrevivientes también sentenciará la desaparición de esas naciones o parcialidades de sobre la faz de la tierra.
Históricamente los Indígenas que habitan el Paraguay han sufrido todo tipo de vejámenes, así, fueron asesinados, cazados, violados, torturados, perseguidos, discriminados, despreciados, postergados, expulsados, reducidos, vendidos, esclavizados. Con el tiempo, sus bosques fueron destruidos por la codicia de los grandes y poderosos terratenientes o latifundistas (declarados y encubiertos) dueños de grandes extensiones de tierra en el Paraguay. Hoy las comunidades indígenas ya no son dueñas de aquellas tierras que tiempo atrás eran de su propiedad. Ellos fueron expulsados de sus tierras por esta jauría de mercaderes de la naturaleza. Hoy, sin los animales silvestres, sin sus árboles y enormes bosques, sin la miel, sin los cursos cristalinos y sanos de agua; ellos se ven obligados a abandonar sus antiguos asentamientos y volcarse a la gran ciudad para mendigar un pedazo de pan. Nadie les tiene consideración. Son poco menos que animales. La degradación es tan grande al punto que adultos y niños deben hasta prostituirse para obtener el pan diario. Es vergonzoso y vergonzante ver a niños indígenas tan pequeños, semidesnudos, expuestos al calor, la lluvia o el frío, en alguna esquina Asuncena pidiendo una moneda o un pedazo de pan.
Yo creí que con el advenimiento del nuevo gobierno en el Paraguay muchos de esos terribles padecimientos indígenas por lo menos se reducirían. El día de la asunción presidencial, muchos fuimos los que sentimos una gran satisfacción cuando por primera vez en la historia veíamos que una mujer indígena asumía la presidencia del Instituto Nacional del Indígena (INDI) y, al mismo tiempo, escuchábamos al nuevo Presidente de la República anunciar un plan de acompañamiento a las sufridas comunidades Indígenas del Paraguay. Sin embargo, han pasado siete largos e inacabables meses y prácticamente no se ha hecho nada por mejorar la situación de los mismos. La reivindicación de una vida digna para las comunidades indígenas está aún muy lejos; y hoy, así como están las cosas, creo -sin ser pesimista- que ya no será posible pues no existe voluntad política ni para dignificar las condiciones de vida de los Indígenas ni para el mejoramiento del Paraguay en general. La mayoría de los políticos está lejos de querer trabajar por la justicia y el bienestar social. De hecho que hay excepciones, pero en este caso -cuando se trata de la búsqueda del bien común- las excepciones no tienen sentido y NO valen. Rencillas personales, enfrentamientos, divisiones, pujas inacabables por el poder, etc. son la constante en los tres Poderes del Estado Paraguayo. Las autoridades viven enceguecidas por el poder y ya no atinan a observar las necesidades de la gente común del Paraguay; y mucho menos, las necesidades que padecen los Pueblos Indígenas.
Así las cosas ¿Para qué sirve el INDI (Instituto Nacional del Indígena) en su condición actual?, pues… para nada. Incluso los propios indígenas no se dan cuenta de que esa institución, sumida en la más absoluta precariedad y abandono, nunca será la solución a las necesidades indígenas. La problemática indígena es tremendamente complicada y para su solución requiere de sumas varias veces millonarias; y -a fuerza de ser sinceros- eso dinero el Paraguay no lo tiene. Es más -siendo más sinceros aún- la problemática Indígena no fue y no es la prioridad del Estado. Esta afirmación nos conduce a una conclusión “difícil de digerir” pues parece que ya no existe ni existirá solución para los problemas indígenas. El INDI es apenas una burda excusa para mentir a los indígenas y mantener por algún tiempo más la “ilusión” de ellos de acceder a una vida digna y sobre todo de volver a vivir a sus anchas; es decir, como vivían antes de la llegada de los conquistadores. Lastimosamente eso, en las condiciones actuales, ya no será posible. La situación se volvió insostenible. Ellos ya no pueden ni podrán reunirse en su templo a cumplir con su ritual del ñembo’e jeroky. Las sonajas y las takuaras ya no pueden sonar. Ya no pueden beber su kaguy (chicha). Ya no pueden reunirse en asambleas. Ya no pueden cumplir regularmente con ninguno de esos ancestrales principios sagrados y comunes a prácticamente todos ellos. Y pensar que esos principios son la razón de sus vidas. Hace tiempo que los Indígenas comenzaron a borrarse y a sobrevivir en esta amenazadora oscuridad. Se hicieron invisibles a nuestros sentidos (están pero no están), de ahí que nosotros nos hicimos insensibles a sus padecimientos. Cada vez que los Indígenas aparecen para reclamar los daños y perjuicios de la degradación inhumana a la cual los sometimos, alguien o algunos se encarga/n de levantar la alfombra y meterlos debajo, como esa molesta e indeseada basura va a parar bajo esa fina alfombra, que cubre nuestras miserias. Creo también que hay autoridades que están “bombeando” al Presidente, pues él dice una cosa en este asunto y otros se encargan de desmentirlo.
Como decía anteriormente, y siendo sinceros, el presupuesto del INDI apenas contempla el pago de sueldo para sus empleados. El presupuesto del INDI no sirve ni servirá para las grandes obras sociales tendientes a dignificar la vida de los Pueblos Indígenas, tales como, adquisición de tierras, construcción de viviendas, atención sanitaria, cobertura educativa incluyendo la planificación de un modelo educativo consecuente y respetuoso de la propia identidad cultural de cada una de las Comunidades Indígenas. El presupuesto que el Estado Paraguayo le asigna al INDI es una burla que solamente apunta a prolongar un poco más en el tiempo la triste ilusión de estos hermanos que sueñan con días mejores, pero que -así como están las cosas- ya no será posible. Naiporâi umi mba’e vaiete ojejapóva hesekuéra. Naiporâietevoi.
Hace unos días, cuando la primera mujer indígena nombrada para presidir el INDI, fue destituida; el Presidente de la República anunció la realización de un gran Congreso Indígena, en la capital del país, para elegir, ellos mismos, al futuro Presidente del INDI. Para cumplir con ese propósito, el Estado desembolsaría mil ochocientos millones de guaraníes. Demás está decir que una gran ilusión se apoderó de los Indígenas. Por fin, elegirían a uno de entre ellos para dirigir la institución que los representa. Sin embargo, unos días después, esa idea fue sustituida por otra: que en cada comunidad se haría las elecciones, sin tener que venir a la capital. Molestos por el incumplimiento de la primera palabra empeñada, los Indígenas decidieron venir desde distintos puntos del país hasta Villa Hayes, ciudad próxima a la capital. Allí desarrollaron su congreso que contó incluso, por unos minutos, con la presencia del Presidente de la República. Allí estuvieron, como siempre, en condiciones absolutamente precarias, sin alimentos, sin agua que beber, como animales; expuestos a 45 grados centígrados de calor. Después de iniciado el congreso, se enteraron que el gobierno no reconocería las resoluciones del mencionado congreso. Una vez más fueron engañados, manoseados y degradados. Una desilusión más que debían sumar a las millones de desilusiones que cargan en sus hombros desde hace más de 500 años. Una vez más, nosotros (los dueños de ellos, los dueños de la verdad, los dueños de sus vidas) resolvíamos a nuestra manera lo que a ellos les conviene.
Entre tanto, en algunos canales de televisión y radioemisoras, algunos periodistas mendigaban agua potable, comida, ropa y medicamentos para los Indígenas participantes del Congreso desautorizado. Esto fue dantesco. Al fondo se observaba a algunas mujeres lavando sus ropas en un sucio tajamar y algunos niños bebiendo agua en ese mismo tajamar.
Llamativamente, durante los días previos y durante el congreso, mucha gente protestó por los miserables mil ochocientos millones de guaraníes que el congreso costaría. Más de uno dijo que los indígenas no merecían ese “regalo”, más aún tomando en cuenta que ellos son unos haraganes, oportunistas, borrachos, sinvergüenzas; en fin, la escoria de la humanidad; pero nadie recordó a los miles de ladrones de “guantes blancos” que han robado al Paraguay millones de veces más (en dolares) que los miserables mil ochocientos millones de guaraníes solicitados por los Indígenas. Nadie se acordó de los grandes coimeros de la administración pública, de quienes han robado en la aduana, en puertos; ni de los grandes traficantes de drogas; ni de las millonarios saqueos en los Ministerios y entes del Estado. Nadie maltrató a estos bandidos de guantes blancos, nadie los trató de haraganes, o de oportunistas, o de sinvergüenzas. Es más, muchos de ellos han recuperado su imagen impoluta, y hoy ocupan importantes cargos en la administración del Estado. Por otra parte, estoy seguro que en cualquier congreso partidario se gastó mucho más de mil ochocientos millones de guaraníes y de hecho nadie nunca dijo nada, y sus organizadores y participantes no fueron tratados de haraganes, oportunistas o sinvergüenzas. Esta situación, evidenció que la sociedad paraguaya sigue siendo xenofóbica, sigue siendo racista, sigue tratando a los Indígenas maliciosa y peyorativamente. La ocasión sirvió para sacar a relucir viejos, infundados e inacabables prejuicios que existen hacia los Indígenas. En el fondo, el reclamo ciudadano no fue por los mil ochocientos millones de guaraníes sino que la circunstancia se convirtió en un espacio para denostar a los Indígenas, para recordarles que no son gente, para recordarles que siguen siendo puercos, haraganes, oportunistas y sinvergüenzas; que son despojos humanos. Nadie entiende ni quiere entender que ellos son distintos a nosotros, y que tienen derecho a su identidad. Ellos tienen una concepción diferente de la vida, del trabajo.
De remate, cuando concluyó el Congreso Indígena, los líderes solicitaron al gobierno el pago de los mil ochocientos millones, para cubrir el alquiler de camiones (ni siquiera ómnibus) para el retorno (transportados como vacas) a sus lejanos asentamientos y para cubrir alguna necesidad básica (alimentos y medicamentos). Ante el pedido -y sin entrar a considerar la humillante e inhumana situación que atravezaban los Indígenas- en tono burlón y soberbio, el representante del gobierno dijo que los indígenas no recibirían la suma mencionada y que ellos aprendieron bastante bien todas las artimañas de los políticos paraguayos. Ante este hecho, los Indígenas resolvieron sitiar dos plazas céntricas de Asunción (la plaza Uruguaya e Italia) para protestar ante este nuevo atropello. Es seguro, ante esta nueva oportunidad creada para denigrarlos, que ellos estarán expuestos a la consideración ciudadana sin agua, sin sanitarios, en el suelo. En unos días más, ellos se convertirán, una vez más, en una pestilente molestia para más de un ciudadano capitalino, y en una razón para que la ciudadanía reclame su expulsión de esos sitios. Son como pelotas sin manija. Son desterrados continuamente, de un lugar a otro; sin importar que sean ancianos, bebés, niños o mujeres, muchas de ellas embarazadas. De esto se deduce que el calzado nunca nos molestará mientras no nos apriete.
Para “completar” esta dolorosa tragedia, uno de los canales de televisión, mostraba la imagen más perversa de la degradación humana: un niño Indígena Mbya Guarani, huérfano, de aproximadamente 2 años de edad, con apenas 5 kilogramos de peso. El mismo vive en una lejana comunidad del Departamento de Ka’aguasu, llamada Mcal. López. Su padre adoptivo quien vino para participar del Congreso Indígena, lo trajo consigo. El niño se encontraba hospitalizado en el Centro de Salud de Villa Hayes, víctima de un cuadro severo de desnutrición. Hasta hoy, en el Paraguay, nunca había vista una imagen tan desgraciada como esa. Solamente me tocó ver algo parecido en algunos informes procedentes de Africa. En la criatura se apreciaban perfectamente todos los huesos del cuerpo, cubiertos por su fina y trasparente piel. En otras palabras, piel y huesos. Diego es su nombre y se debate entre la vida y la muerte. ¿Qué hizo el Estado?. Nada. Al pié del informe periodístico anunciaban unos números de teléfonos a los cuales podían llamar las “almas caritativas” a donar leche, pañales y ropitas. Diego no existe para las autoridades y creo que tampoco existe para Dios. Así es cuando me pongo a pensar ¿porqué por lo menos Dios no les hace caso a los Indígenas?. ¿Porqué no hace algún milagro?.
La dolorosa imagen de Dieguito es también la verdadera imagen de los indígenas: cruel, despojada, miserable, degradada, inhumana…
Hace mucho tiempo que el ATENEO DE LENGUA Y CULTURA GUARANI viene denunciando los padecimientos que sufren los hermanos Indígenas que habitan el Paraguay, pero nadie escuchó nuestros lamentos. Hemos aportado lo que pudimos. Procuramos crear conciencia en la ciudadanía al respecto, ya sea en reuniones, congresos, instituciones educativas, y en Internet (varias de nuestras denuncias han sido reproducidas en numerosos sitios de todo el mundo). El ATENEO DE LENGUA Y CULTURA GUARANI no tiene los recursos; en otras palabras, no tiene dinero, solamente está imbuido de buenas intenciones. Lastimosamente, en esta problemática las buenas intenciones no sirven para nada.
Es urgente y perentorio que las autoridades nacionales hagan algo a favor de los Pueblos Indígenas; ya que si eso no ocurre, el fin de los tiempos se acercará más raudamente a ellos. Los Indígenas están tocando fondo y eso es trágico. Por eso digo -así como están las cosas- que, en Paraguay, los Indígenas ya no encontrarán solución a sus numerosos problemas, a pesar de las buenas intenciones del Presidente Lugo. Naiporâiniko pe mba’e vaiete oikóva hesekuéra. Ha’ekuéra niko oiko asy hikuái ha avave ndohechakuaaséi Ñande Ypykuéra rekove asy.

(*) Docente universitario. Presidente (Director General) del ATENEO DE LENGUA Y CULTURA GUARANI. Profesor, Licenciado y Magister en Lengua Guarani. Escritor bilingüe. Traductor público. E-mail: dgo@paraway.net.py – ateneoguarani@tigo.com.py

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