lunes, 11 de octubre de 2010
12 de octubre de 2010, una recordación a la Madre-Indígena y a la Madre-Tierra
12 DE OCTUBRE DE 2010, UNA RECORDACIÓN A
LA MADRE-INDÍGENA Y A LA MADRE-TIERRA
Por: David Galeano Olivera
Leer original (hacer clic) en: http://groups.google.com.py/group/guarani-nee-ii/web/12-de-octubre-de-2010-una-recordacion-a-la-madre-indigena-y-a-la-madre-tierra
Cada vez estoy más convencido que la “cosmovisión indígena” y la del “hombre civilizado o del primer mundo” son visceralmente incompatibles…
Hace años, en el Paraguay, un Líder Indígena decía: “tierra es nuestra madre, es nuestra primera madre”.
La circunstancia de un nuevo 12 de octubre hizo que eligiera el tema manifestado en el título de este escrito, por considerarlo de mucho interés humano y de gran valor moral. En efecto, la Madre-Indígena y la Madre-Tierra son dos manifestaciones de la naturaleza; y a la vez, obras maravillosas del Dios Guarani (Ñande Ru); de gran valor en el “mundo Indígena” pero de escaso valor o marketing en el “mundo civilizado”, avasallado por el consumismo. Podemos afirmar incluso que gran parte de la decadencia del “mundo civilizado” deviene de la desatención a la Tierra y a la Mujer.
Si analizamos, desde la perspectiva Guarani, la situación de la Madre-Tierra fácilmente nos daríamos cuenta que -en efecto- todos procedemos de ella: seres humanos (ava), los demás animales (mymba), las plantas y los árboles (ka’avo ha yvyra); el agua (y) y las piedras (ita). Todos nacemos de la tierra y volvemos a ella. En el mundo religioso occidental es conocida la sentencia que dice “polvo somos y a él volveremos, o polvo eres y en polvo te convertirás”. Así también ocurre con los animales muertos o con los frutos maduros que caen, y al no ser consumidos, se pudren; cumpliendo con aquella ley, hasta ahora, inmutable: “en la naturaleza nada se pierde, todo se transforma”; en síntesis, todos volvemos al seno de la madre común, que en su condición de madre nunca nos abandonó y que siempre nos proveyó los frutos de su vientre.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, un segmento de sus hijos: los seres humanos, y dentro de éstos, un gran número de miembros del mal llamado “mundo civilizado” (NO Indígena), poseídos por la ambición desmedida del poder, obnubilados por la soberbia; y notablemente desprovistos del “amor filial” (a la Madre-Tierra) y del “amor fraternal” (a sus semejantes, seres humanos); han violentado de manera sanguinaria a la Madre-Tierra; la han degenerado, la han sometido, la han corrompido y están a punto de matarla. En efecto, el “mundo moderno” o “primer mundo” llenó la tierra de basura, de tóxicos, de radioactividad, de muertes, de sangre. El aire de la Madre Tierra está viciado, sucio y contaminado; siendo el causante de un sinnúmero de enfermedades.
Hasta hace cien años la Madre-Tierra contenía casi un 90% de elementos naturales, sanos y provechosos; pero el hombre (NO Indígena), aquel que se considera “dueño del mundo”, prácticamente arrasó con todo; es por ello que en la actualidad, los “mas optimistas” sostienen que aún hay un 15% de recursos naturales; en tanto que, los “más realistas” afirman que ya solo resta un 10% de esos recursos; de ahí que el pronóstico de vida humana en la tierra no sea el más optimista y auspicioso.
¡Que gran diferencia existe entre la cosmovisión del hombre del “mundo civilizado” y la del ”hombre originario” (Indígena, nativo, autóctono, indio), que lejos de promover la destrucción del hábitat; se dedicó -en todos los tiempos- a estudiar, conocer, respetar y proteger los misterios del mundo natural. Sé que sería hasta absurdo plantear, aunque sea una hipótesis mágica, por ejemplo un mundo “gobernado” por ese “hombre originario”. La situación del mundo actual sería diametralmente opuesta y -si esa hipótesis fuera posible- concluiría en una tesis indubitable y sabia: El “hombre originario” respeta a la Madre-Tierra, la proteje y valora, y utiliza racionalmente sus productos; por consiguiente, de ser él el administrador del mundo, la tierra jamás hubiera llegado al estado calamitoso en que actualmente se encuentra.
Creo -desde ese punto vista- que los “hijos malos” de la Tierra, la descuidaron, la maltrataron y la hirieron de muerte. Estos son hijos malos que nunca apreciaron las bellezas de nuestra Madre-Tierra manifestadas en las hermosas y coloridas flores, en el suave y sonoro rumor de las aguas de arroyos y ríos, en el vuelo armonioso y libre de los pájaros; o en la fresca brisa de los vientos.
El “Hombre originario o Indígena” sí conoce ese lado fantástico y exhuberante de la Tierra; al punto de reconocer en su pareja, MUJER, las mismas virtudes de la Madre-Tierra; pues la mujer y sobre todo la Madre-Mujer es la generadora y protectora de la vida. La Madre-Mujer, en el mundo Guarani, es la esencia del amor; y ella sabe que ese ser humano que salió de su vientre debe, como toda manifestación de la naturaleza, recibir en su crecimiento todo el amor y el cuidado que precise.
En el mundo indígena, un nuevo ser humano no viene al mundo en fastuosos pero fríos hospitales, con la “ayuda” de varias drogas, en la incómoda posición horizontal (acostada) y con el auxilio de un “corte”. Todo lo contrario. En el mundo Guarani, dar a luz, implica que la mujer recorra, en los momentos previos, el arroyo y al llegar a algún recodo, donde la tierra es blanda y el lugar semeja a un colchón natural, ella -de pié o de rodillas- expulse (puje) a ese nuevo ser, que así nace también al amparo de su otra madre, nuestra primera madre: la Tierra; presente allí en ese arroyo, en ese recodo, en ese lugar sano, natural y de blandas arenas. Allí se confunden ambas madres: Mujer y Tierra, y es así que ese nuevo ser -desde su nacimiento- reconoce y comienza a amar a ambas. Allí ese niño recién nacido no va -como ocurre en el “primer mundo” o “mundo civilizado”- a una fría incubadora, ni consume leche artificial de alguna mamadera; allí es niño es arrullado y amamantado por su Madre-Mujer; mientras la Madre-Tierra le ofrece el sonoro rumor de las aguas, la frescura de la brisa, el calor del sol, una colorida vegetación y el sonido de los demás hijos que tiene, de distintas formas; pero todos queridos por ella. Desde ese momento, esa pequeña criatura recién nacida aprende a reconocer que tiene muchos hermanos y que todos somos parte de una gran familia.
Y de allí en más esa criatura crecerá de la mano de esa Madre-Mujer, dueña de la casa (tapŷi - óga jára). Allí esa madre, hasta casi llegar a la pubertad alimenta, protege-ama y educa a ese hijo. Allí ella -en torno al tataypy (fogón)- le enseña que de la “y” (agua), nace todo, así “yvy” (tierra), “yvyra” (árbol) o “yvytu” (viento). Posteriormente, casi en la pubertad, esa criatura empieza a acompañar a su padre en las búsqueda de la miel, de ciertos animales y de los frutos que les servirán de alimento; pero en la vivienda, siempre está ella, su madre, cuidando de ese templo que es su vivienda, preparando los alimentos; y celebrando cotidianamente a Ñande Ru, con su canto y con su takuapu.
Esta “filosfía de vida”, este “estilo de vivir”, es el que el “mundo civilizado” se resistió y aún se resiste a comprender y respetar, y al cual -con el avieso ánimo de denigrarlo- lo tilda de “indio, originario, nativo, primitivo”, lo que equivale a decir retrógrado, malo o salvaje. En cambio, el “mundo civilizado” con sus armas atómicas, sus interminables guerras, sus ambientes degradados, su aire contaminado, su stres, ect., es para ese otro hombre, “el mejor”, el “más moderno” y el “más completo”.
Salta a la vista que la “cosmovisión indígena” nunca será comprendida por el mal llamado “mundo civilizado”; de ahí que, en esencia, ambas cosmovisiones resulten visceralmente incompatibles.
Por otra parte y notablemente, en los últimos tiempos, los hombres generadores de tecnología y ciencia, que viven en el “mundo civilizado”, descubrieron que una mujer que tiene un parto, de pié, en una piscina y escuchando música clásica, pasa por una experiencia menos dolorosa y traumática y sobre todo más humana. Hoy los “médicos blancos” recomiendan dicha técnica. ¡Eureka, que gran descubrimiento! que únicamente demuestra la gran ignorancia y necedad de esa parte de la humanidad, que por mucho tiempo intentó ignorar una práctica (una técnica) de parto que, de añares, era y es conocida y practicada por los mujeres indígenas.
Con el tiempo, esos dos mundos, esas dos cosmovisiones se “encontraron” y como consecuencia de ese proceso, una de las partes fue muy golpeada, terriblemente golpeada, golpeada de muerte. En efecto, el hombre “civilizado” descubrió América y a los hijos de la Tierra que aquí vivían; y se produjo una gran masacre humana. Millones de Indígenas fueron asesinados en el lapso de estos tristes “500 años” y donde -hasta hoy- los Indígenas son eliminados con “armas modernas” pero mimetizadas. Así por ejemplo, el aire y los cursos de agua que actualmente respiran y consumen los Indígenas están totalmente contaminados por los agrotóxicos. En ese ambiente viciado mueren madres e hijos, y lo más grave, allí agoniza nuestra primera madre: la Madre Tierra.
Pensar que a nosotros nos vendaron los ojos y nos “enseñaron” la otra historia, la parte “linda” de la conquista y la colonia; en la cual los conquistadores supuestamente buenos llegaron cual ángeles de Dios y se relacionaron “amablemente” con los Indígenas, y éstos en un gesto de desprendimiento y de buena vecindad, entregaron a los doncellas más hermosas de sus comunidades para que sirvieran de compañeras a los recién llegados. Pero no, eso no, esa no es la verdadera historia.
La verdadera historia, guardada y no contada, es la que relata la llegada a estas tierras de un gran número de hombres, ex presidiarios en su mayoría y con nueve meses de viaje; que al ver a las hermosas doncellas de estos lugares, sin más trámites, las sometieron por la violencia y en todas sus formas. Y allí, como resultado de esas relaciones no deseadas, nacieron cientos de criaturas; a las que esa Madre Indígena igual arrulló y se encargó de brindar todo su amor de madre. Pese a la violencia, ella continuó siendo -durante la conquista y la colonia- la óga jara y en esa condición protegió, alimentó y educó a sus hijos; que con el tiempo retribuyeron a esa madre con el amor filial. Esas criaturas aprendieron a querer mas a sus madres que a sus padres (violadores); que en la mayor parte del tiempo, estaban fuera del hogar.
No en balde suele decirse que “la mano que mece la cuna mueve al mundo”. Si hoy nos preguntamos porqué sobrevivieron la Lengua y la Cultura Guarani a la conquista y a la colonia, la respuesta más sencilla y lógica, por que los hijos nacidos de españoles e indígenas fueron criados y educados, EN GUARANI, por la Madre Indígena. Es por ello que la Mujer Indígena es uno de los pilares fundamentales en la permanencia y la difusión del Guarani.
Hoy, esa misma Mujer Indígena o Paraguaya, es la que sigue arrullando, amando, protegiendo y educando al hijo, EN GUARANI, facilitando -en este tiempo y de esa manera- la pervivencia de la Lengua Guarani.
Sin embargo y lastimosamente en el Paraguay de hoy, donde la población Indígena es de solo el 1,4%; la Mujer Indígena ya no vive en el monte, pues de allí fueron expulsados por los grandes y poderosos terratenientes; y, por consiguiente, dejó de ser la óga jára. Actualmente esa mujer y su familia sobreviven pidiendo limosnas en alguna esquina de Asunción, Ciudad del Este o Encarnación, con un hijo/a sujetado a su cintura y dos o tres peregrinando detrás de ella, pero siempre con ELLA; y aún en la misería, ella sigue protegiendo, amando, alimentando y educando a sus hijos. Todavía con el mendrugo que obtienen se sientan todos, juntos, como en un círculo, y comen, sobre el piso de cemento, el alimento que consiguieron.
Así las cosas, una cuestión concreta salta a la vista, la Madre Indígena no está dispuesta a perder ese rol, por eso, aunque las circunstancias sean difíciles, ella sigue prodigándose a favor de sus hijos.
Es de la manera expuesta que los Guarani veneran a la MADRE-MUJER y a la MADRE-TIERRA.
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