martes, 6 de marzo de 2012
ESLABÓN ENTRE DOS MUNDOS
ATENEO DE LENGUA Y CULTURA GUARANI
Maitei horyvéva opavavépe
David Galeano Olivera
ESLABÓN ENTRE DOS MUNDOS
Por: Luis Verón – Publicado en ABC Color 16-02-2012
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Hace 80 años, una niñita aché fue adoptada por un etnógrafo francés que la crió y educó como una niña cualquiera del mundo civilizado. Fue bautizada con el nombre de Marie Yvonne Vellard y se convirtió en una importante científica.
En julio de 1950, la Unesco emitió una declaración –redactada por veinte de los principales biólogos, genetistas, fisiólogos, sociólogos y antropólogos del mundo– en la que se denunciaba la falsedad del odioso mito racial.
Aquel importante documento, emitido el 20 de julio de 1950, afirmaba que: “En el estado actual de nuestros conocimientos no hay nada que aporte una prueba concluyente de que los grupos humanos difieren entre sí por sus caracteres mentales innatos, trátese de la inteligencia o del temperamento. La ciencia demuestra que el nivel de las aptitudes mentales es casi igual en todos los grupos étnicos”.
En qué se basaba la Unesco para realizar esa afirmación. En varios casos científicamente comprobados, uno de ellos el de nuestra compatriota Marie Yvonne Vellard. En 1932, el médico y etnógrafo francés Jean Vellard, científico del Museo del Hombre de París, realizó varias incursiones por las selvas suramericanas buscando contactar con civilizaciones silvícolas. Con ese propósito estuvo por el Paraguay recorriendo varios lugares de Caaguazú y Alto Paraná.
Un hostil encuentro
Acompañado de guías locales, ingresó en las entonces casi impenetrables selvas del Alto Paraná y, hace 80 años, logró su propósito de acercarse a una de las tribus más misteriosas que entonces poblaban el país: los aché, más conocidos como guayakí.
El encuentro no fue muy amable; una nube de flechas respondió a sus gestos de acercamiento. Los guías paraguayos que acompañaban a Vellard respondieron al ataque rompiendo un nutrido fuego con sus armas, haciendo que los indígenas huyeran raudamente hacia los matorrales, abandonando sus hachas de piedra y sus inmensas flechas de punta tallada a manera de sierra.
Los paraguayos siguieron a los aché hasta lo más profundo de la selva y, algunas horas después, regresaron trayendo un increíble botín. Suspendido de un trozo de madera, traían un pequeño ser que Vellard, en un primer momento, creyó que era un pequeño monito. Cuando los guías se acercaron, se dio cuenta de que aquel bulto colgante era un ser humano, una arisca niñita aché, atada de brazos y pies al madero y amordazada para poder trasladarla con facilidad.
Quiénes eran los aché
Hace como 40 años, los indígenas aché empezaron a salir masivamente de los montes del Caaguazú y Alto Paraná, forzados por la paulatina pero constante incursión de la población blanca en sus dominios.
Eran miembros de una cultura muy antigua y primitiva. Si bien hablaban guaraní como las tribus vecinas –mby’a o pai tavyterá–, eran nómadas, recolectores y cazadores, a diferencia de estos, que eran incipientes agricultores y semisedentarios. Como toda horda nómada, sus bienes se limitaban a lo imprescindible, nada de cosas superfluas, como canastas hechas con fibras vegetales recubiertas de cera, algunos utensilios de hueso o piedra y cuerdas.
Sus chozas estaban hechas con palos y ramas, cuya fabricación no requería mayor trabajo y tiempo. Vivían recluidos en territorios casi inaccesibles, pues eran perseguidos por las otras tribus indígenas y por los blancos, quienes los mataban debido a sus incursiones “robando” los frutos de sus plantaciones. Todas esas situaciones les llevaron a ser extremadamente tímidos y desconfiados. Aún así, algunos eran capturados y tenidos como esclavos de haciendas y de colonos establecidos en aquellas entonces remotas regiones del país.
En la época en la que el etnólogo Vellard visitaba aquellos confines, muy poco se sabía de su cultura y se los consideraba, con razón o sin ella, antropófagos y componentes de una tribu primitiva en un estado de inferioridad racial.
La cautiva y el fin de un mito
“Los factores que han tenido influencia preponderante en el desarrollo intelectual del hombre han sido su facultad de aprender y su plasticidad. Ahora bien, esa doble aptitud constituye un rasgo común a todos los seres humanos. Constituye, de hecho, una característica específica del homo sapiens”, dice la Declaración sobre la Raza hecha por la Unesco, 18 de julio de 1950 y publicada dos días después.
Siempre –y hasta ahora– el vulgo considera que los aché constituyen un pueblo de una cultura primitiva y de una raza inferior, casi animal. Fue en esas circunstancias que se dio la situación que probaba lo contrario. Que no era ninguna raza inferior. Que era igual a cualquier grupo humano civilizado.
Movido por la compasión al ver a aquella niñita asustada, Jean Vellard compró de sus captores a la cautiva. En un primer momento, aquello fue una expresión más bien movida por un sentimiento compasivo. Más tarde, en momentos en que acompañaba al gran antropólogo Levi-Strauss por tierras americanas, fue que se preguntó y se preguntaron si no habrá sido que el azar le haya brindado la ocasión de demostrar cómo la educación y el medio cultural eran más poderosos que las llamadas leyes raciales, supuestas rectoras del desarrollo individual.
Había bautizado a aquella niñita de dulce rostro y mirada afectuosa con el nombre de Marie Yvonne Vellard y a quien puso al cuidado de su madre, quien la crió exactamente lo mismo que lo hubiese hecho con una niña francesa.
Cuenta el antropólogo Alfred Matreaux que cuando conoció a la niña aché ella “ya comenzaba a pronunciar algunas palabras en francés y se comportaba igual que los niños europeos de su edad. Con sus pómulos salientes y sus ojos tan negros, podía confundirse con una japonesita o una argentina de las provincias del Norte. A la edad de siete años, Marie Yvonne hablaba francés y portugués, haciendo preguntas sobre la mitología griega”.
Contaba, además, que el arte entre los guayakí se limitaba a la decoración de las armas, de las calabazas y algunos otros implementos mediante rayas y puntos. “Marie Yvonne, sin embargo, comenzó a dibujar desde muy niña y sin que nadie le enseñara a ello”.
Para sorpresa del mundo científico, según lo señaló un estudioso europeo que siguió de cerca la evolución de Marie Yvonne desde el día en que llegó a Lima, donde residió casi toda su vida, la niña llegó a parecerle hasta “superior a la mayor parte de las muchachas blancas de su edad”, pues llegó a destacarse en todas las asignaturas que estudiaba en el colegio. Como estudiante de Biología, era una eficiente ayudante de su padre adoptivo en los trabajos de laboratorio.
Igual que cualquier hijo de vecino
Marie Yvonne Vellard fue educada exactamente lo mismo que lo hubiera sido una muchacha blanca y ni siquiera llegó a importarle alguna diferencia en el color de su tez. Con los años, Marie Yvonne Vellard se convirtió en una hermosa e inteligente joven, producto del medio cultural. Su caso fue uno más de centenares de historias de niños trasplantados de un medio cultural determinado antes de que tuviera suficiente edad para haber sido influenciado por él y en el que se asimilaba perfectamente.
“Como todos los seres humanos –dice Metraux– posee aptitudes innatas, pero ninguna puede considerarse como exclusiva de la raza de que procede. La lección que nos enseña el caso de Marie Yvonne –señalaba hace medio siglo– no es otra que la siguiente: todos los seres humanos de inteligencia normal pueden participar en cualquier forma de civilización. E ilustra una de las afirmaciones esenciales contenidas en la Declaración de las Razas hecha por la Unesco: El mito racial impide el desarrollo normal de millones de seres y priva a la civilización de la cooperación eficaz de las mentes creadoras”.
Esa prueba la dio una niñita oriunda de las selvas paraguayas, hace 80 años.
Leer el original de el Eslabón entre dos mundos, en (http://www.abc.com.py/nota/eslabon-entre-dos-mundos/)
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