viernes, 24 de febrero de 2012
MANUEL E.B. ARGUELLO
ATENEO DE LENGUA Y CULTURA GUARANI
Maitei horyvéva opavavépe
David Galeano Olivera
MANUEL E.B. ARGUELLO, MEBA EL GRAN OLVIDADO
Por: Armando Almada-Roche (desde Buenos Aires, especial para ABC Color)
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Hace ya más de dos décadas que vieron la luz sus libros Más allá de un retrato y otros cuentos (1983) y Las letras del diablo y otros cuentos (1988). Aquellas obras —muy pronto agotadas, que la generación actual ignora o solo conoce por referencias, y de las cuales hoy se habla como de algo casi mítico— eran (puedo decirlo con énfasis) los primeros libros que tocaban los temas fantásticos y de terror en el Paraguay; un muestrario rico de cuentos de horror que inauguraron Edgar Allan Poe y Robert L. Stevenson, que entonces rasgaron horizontes y cuyo influjo se extiende hasta los días actuales. Pero antes que todo eso, antes que una obra de fantasmas y aparecidos, era fundamentalmente un acto de fe, una profesión de entusiasmo —a tono con el mismo sistema de pasión defendido y exaltado por su autor—. Sentido, vivido, escrito en plena madurez del autor —desde la década de los cincuenta—, estos dos libros de cuentos venían a ser el testimonio de un espíritu, de un estado de ánimo ardiente, tanto o más que espejo de un tiempo. En último extremo, podemos definirlo como el primer autor paraguayo que toca temas de terror brindándonos de manera apasionada, crédulo —y por ello deliberadamente auténtico—, rendido a un tema que con optimismo apologético yo calificaría de inaugural.
Evocar esas obras, aunque sea solo de pasada, equivale para mí a retrotraerme hasta los días intelectualmente extremados y fervorosos en que empezaba la década de los 60. ¿Moría una época? Tal decían los mayores. Pero a mí y a los adolescentes literarios de Asunción, en 1960, más bien nos parecía lo contrario. Nos pareció que alboreaba una razón espléndida en lo literario, mas no en lo político —y en rigor, mirada en perspectiva de relatividad con los ocasos que siguieron, así fue—.
Invoco a uno de los más sobresalientes poetas de esa promoción, Roque Vallejos, que, en su Literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional, nos dice de la Generación del 60: “Aparece bajo un signo negativo dialéctico de inconformidad frente al mundo. No entiende ya que la realidad es solo social. Apuntala la dimensión metafísica, religiosa y filosófica (…)”. Lamentablemente, los poetas de esta promoción fueron dispersados por la coerción, la intriga política o, en el peor de los casos, la claudicación”. Hubo un despuntar de todo; también esa década fue terriblemente agitada y desbordante en cuanto a acontecimientos que nos marcaron a fuego.
Pero me estoy adelantando a los hechos. Aquí estamos para hablar, hoy, de MEBA, de Manuel E. B. Argüello. El objetivo esencial de esta especie de reportaje es analizar su carrera literaria y sus dos últimos libros Más allá de un retrato y otros cuentos (1983) y Las letras del diablo y otros cuentos (1988), o más bien la serie de blancos hacia donde apuntaba —y que comprendía, desde los inmediatos: remover, incitar, polemizar, hasta otro muy vecino, Osvaldo González Real (el verdadero creador de la ciencia ficción en el Paraguay)— quedó logrado con creces, puesto que perduran ejemplos de sus huellas. Aquellos libros fueron leídos, comentados caudalosamente, parafraseados con prodigalidad (otro, menos cortésmente, diría: “saqueados”), provocando entusiasmos e indiferencias —todo ello “bella cosecha”—. Honrados o taimadamente, muchos se aprovecharon de sus páginas. De su masa de narraciones se extrajeron a granel noticias, fermentos, sugerencias, influencias; de su estilo, calcos y rapsodias. Por el hecho de continuar siendo todavía, a través de los años, los únicos libros en el Paraguay que cuentan historias de aparecidos, fantasmas y casos de terror, hubo de continuar también sirviendo como fuente irreemplazable de información de cómo deben escribirse los cuentos al estilo Edgar Allan Poe.
Quienes tan amable o curiosamente veníamos reclamándole —como unas piezas raras, inhallables—, aun por vía de préstamo privado, algunos ejemplares de Más allá de un retrato y otros cuentos y Las letras del diablo y otros cuentos, aquí tienen ahora un breve comentario sobre ellas.
A este artículo podrán acudir también los que, aun interesándose con preferencia por narraciones más recientes, deseen descubrir orígenes o precedentes, hallar enfoques y filiaciones. En este sentido, al menos no defraudará a nadie.
MEBA aprovecha, además de asumir lo narrado como propio, en primera persona, las leyendas fantásticas paraguayas de origen popular para convertirlas en relatos literarios. Argüello es de origen campesino, y este origen ha influido en la elección de su temática y en la peculiar sociología de los personajes. Dice el lúcido crítico José Vicente Peiró Barco: “El escritor busca algunos de sus argumentos en las consejas, en los mitos y en las leyendas del folklore paraguayo para construir relatos de aparecidos, de fantasmas y luisones, que constituyen el eje de la trama y los motivos de suspense, de la misma forma que el británico Arthur Machen se inspiraba en la herencia céltica tradicional de la región galesa de Gwent en sus relatos de horror”.
La literatura vale poco cuando se aleja demasiado de la inteligencia, y mucho menos vale si se aleja más de lo conveniente, como lo explicaría un infalible evaluador de las distancias entre la creación y la crítica. Los fervores son apenas entusiasmos intrascendentes cuando se alejan demasiado de la literatura (al menos para un escritor). MEBA, que está de manera raigal cosido a la poesía, al cuento y a la literatura, y no unido a ellas por hilvanes provisorios, aplica su inteligencia a una obra teatral, un cuento, un ensayo, un poema, con el fervor que los hace trascendentes.
Los personajes de Argüello recuerdan al koygua de Casaccia: son hombres semiurbanos y semicampesinos a la vez, híbridos divididos entre su escasa formación e inocencia y el choque de su cultura con la de la gran ciudad de Asunción. De esta forma, se encuentran escindidos ante ellos mismos, y por ello están condenados al fracaso, a la mediocridad y a la desidia, quizá por ser demasiado idealistas ante un futuro sin esperanza. Viven de forma marginal y son la más alta expresión del provincianismo y la mediterraneidad espiritual paraguaya. Así, esa falta de posible salvación los emparenta con los personajes de La náusea, de Jean Paul Sartre, porque todos están condenados al infierno de los otros. Además, las postergaciones de sus deseos los conducen a la catástrofe, y el pesimismo ambiental hace que tengan reminiscencias de Kafka.
Manuel E. B. Argüello fue director, actor y profesor superior de teatro, ensayista; además, abogado, Académico de Número de la Academia Paraguaya y Miembro Correspondiente de la Real Academia de Madrid. Publicó los siguientes libros: Introducción a la literatura, ¿Qué es la Literatura? Manual de Literatura. Dos poemarios: Isla de fuego y Todo te nombra. Viajó a los Estados Unidos para intercambiar experiencias teatrales y literarias en las universidades de Yale, Harvard, Berkeley, y estuvo cursando teatro en el Actor’s Studios.
Decía MEBA: “Escribo para enseñar, para conmover, para deleitar”. Y esto solo puede hacerlo un gran hombre que sea a un tiempo un gran escritor, un poeta, o simplemente un poeta de su propia vida; uno que sería igualmente poeta aunque no escribiera poesía, al revés de aquellos que lo escriben pero no son poetas. Además, debo decir que el poeta, el artista, es el primero que ve el camino que los demás transitarán después, y MEBA es, precisamente, un precursor y un adelantado, y esta es la razón de su carácter, reflejado en los cuentos, en su humor, aunque también en sus serias, graves, profundas concepciones literarias, pero vitales, anotación pertinente para los que tienen el tupé y el ameno desenfado de afirmar que la literatura no es vida, como si hubiese otra vitalidad más apasionante y apasionada que la literatura u otra existencia más ardiente y ardida que la literatura.
Pero lo más importante de los relatos de Argüello es la presencia de fantasmas, de aparecidos, de seres de ultratumba y sobrenaturales que los adscriben al relato de terror fantástico interior, donde lo fantasmagórico turba el mundo mental de los personajes. Lo sobrenatural, lo diabólico, la vida ultraterrena son la fuente del desenlace. “Por esta razón —subraya José Vicente Peiró Barco—, los relatos tienen una obvia influencia de la novela gótica inglesa, Poe, Lovecraft, Tolstoi, Stevenson, James, Blackwood y Machen. La irrupción de un ser o de un acto sobrenatural provoca el suspense, y los lectores siempre se ven sorprendidos por un final abrupto y a veces abierto o ambiguo”.
Confieso que no puedo hablar o escribir con frío y elegante aire impersonal si lo hago sobre MEBA y, por consecuencia, diré que de antiguo me ha invadido la certidumbre de que, si MEBA no hubiese escrito Más allá de un retrato y otros cuentos y Las letras del diablo y otros cuentos, me preguntaría por qué. También me lo preguntaría si no hubiera escrito Todo te nombra (1985), tal como seguramente me propondría la misma interrogación si MEBA no hubiese escrito todo lo que ha escrito. Sin esos cuentos, ensayos, obras teatrales y poesías, la literatura paraguaya sufriría un déficit que, de alguna misteriosa manera, sus devotos notaríamos aunque no fuésemos esotéricos revisores o síndicos zahoríes indagadores de un pasivo no muy visible pero que existiría y lamentaríamos. Y si MEBA no hubiera nacido también me lamentaría.
El mundo y la vida (y en ellos se incluye jocunda o dramáticamente la literatura) están compuestos de reglas y excepciones. Todo lo que in génere se completa por lo que es sui géneris, razones como quieran los racionalistas unilaterales que no ven las dos fases del todo y las muchas facetas de las cosas y los seres que ha creado el Señor. Es necesario entonces reconocer que exceptuando a David, a Salomón y a Ezra el escriba, y a Lucas, Mateo, Marcos y Juan, ningún escritor es inobjetable, y por extensión y expansión tampoco lo sería MEBA.
En nuestras charlas de café le preguntábamos cosas como estas, por ejemplo: “Henri Brémond ha dicho que la poesía es hermana carnal del humor y que en todo poeta verdadero dormita un mistificador. Chesterton defiende el humor pero refuta al abate Brémond y dice que solamente en la poesía puede encontrarse la verdad. ¿Qué opinás de Brémond y de Chesterton y qué dictaminás sobre esta cuestión?”.
“En este caso, como en tantos otros —nos decía—, estoy de parte de Chesterton, a quien sigo leyendo. Además, estar de parte de Chesterton y sostener la seriedad esencial de la poesía y refutar su carácter caprichoso es no solo estar de parte de Chesterton, sino estar de parte de Aristóteles que, ya lo sabemos, escribió aquello de que la poesía es más verdadera que la historia; es decir, para mí, en los símbolos de la poesía hay una verdad esencial y si esa verdad no existe, los símbolos no valen nada, son meros simulacros de símbolos”.
—Ya se ve que tu cátedra es como la bondad de Gracián: si breve, dos veces cátedra. Y ahora, una cuestión en que tus lectores están siempre impacientes por conocer tu opinión: cuando he conversado o discutido sobre vos y tu obra, especialmente si se alude a tu tarea literaria tan diversa, he dicho siempre: “a MEBA le interesa una sola cosa: todo”. Aunque vos estés de acuerdo conmigo —y con más razón si no lo estás—, ¿podés decir qué es lo que más te interesa de la literatura?
—En cuanto a la primera parte de tu pregunta, yo querría interesarme en muchas cosas pero no me da el tiempo ni la inteligencia. Yo, por ejemplo, creí interesarme en la filosofía. Leí, o traté de leer, a Bertrand Russell y a Poincaré, y no los comprendí o no estaba a la altura de ese interés. Ahora me he convencido de que hay tres cosas que me interesan: una de ellas es el cuento, el cuento en su aplicación poética, la poesía y la literatura. Y luego hay algo que siempre me interesó y aun me apasionó desde que era un mita’i. Ese algo es, como ya lo sabe quien haya hojeado mis libros, el teatro, la magia, el encanto del teatro.
A pesar de que los cuentos fantásticos de terror son una mayoría en la obra de Argüello, encontramos algunos en los que se adentra en el mundo de la violencia y en la crítica política, especialmente al empleo de la violencia como método de represión. Por ejemplo, el primer cuento de la obra La calle (1956) trata de la vida sin futuro y sin esperanza de los hombres condenados eternamente al fracaso. El narrador-protagonista cuenta la historia de un personaje misterioso que encuentra. Ambos se narran mutuamente su pasado nefando. El protagonista acaba viviendo en casa de este ser extraño, pero un misterioso sueño acaba con la amistad existente entre ambos.
En el trigésimo de los Proverbios del Infierno, el poeta-profeta William Blake dice: “Todo lo que hoy es evidente, una vez fue imaginado”, y después expresa: “Todo lo creíble es imagen de la verdad”. Le decíamos a MEBA, allá por el 85 en Asunción, y después le preguntábamos: “Como vos sos un maestro en esta clase de subjetivismos y metafísicas, ¿podés decir si creés decididamente que lo posible es tan valedero como lo real y si todo lo real pudo no haber sido siquiera sospechado?”.
Argüello no era un hombre apuesto. Tenía un rostro aindiado, que casi siempre sonreía. Detrás de sus anteojos de carey había dos ojos negros o marrones, ya no recuerdo, y sostenía entre sus labios un eterno cigarro de hoja, un cigarro fino, no grueso, que apretaba con fuerza por su dentadura mientras hablaba. Por esto le habían puesto el apodo de “Tabaquito”.
Transcurridos unos segundos de mi pregunta, MEBA se removió en su silla y le dio un traguito a su café. Aunque medía como mucho un metro setenta centímetros de alto, su porte era erguido; elegante estilo y desenvoltura le daban peso a su presencia. Esto le venía, quizás, de su oficio de actor.
—Lo más exacto sería decir —anunció con parsimonia, deteniéndose para aumentar la intriga, hasta captar por completo mi atención— es que todo lo real empezó siendo meramente posible. Y en el caso de las empresas humanas esto es muy claro. Esas grandes empresas comenzaron siendo conversaciones, charlas de café, como la que estamos teniendo, proyectos en los que acaso no creyeron sus propios ejecutores; y tal vez si pudiéramos penetrar en el abismo de la divinidad, en abismo previo a la divinidad, anterior al tiempo, veríamos que Dios antes de crear el mundo no creyó mucho en la posibilidad de hacerlo; y el mundo antes de ser una realidad, una dolorosa y compartida realidad, fue acaso imaginación, como diría Borges, o un capricho, a lo mejor un ocio de la mente divina.
En aquel entonces, Argüello era una especie de especialista en Borges, de Cortázar, de los escritores del “boom”.
—Vos, que sos un conocedor e informador de muchas materias, ¿podés decir qué opinás de Tolstoi, comprometido con la moral; de Dostoievski, el supremo indulgente; de James Joyce y de Proust? ¿Creés que Proust es el último gran novelista?
—En un catálogo de novelistas, yo me atrevería a incluir un nombre que no ha sido incluido aquí (desde luego no se trata de una lista exhaustiva), pero aprovecho todas las ocasiones posibles para hablar de aquel gran novelista francés que se llamó Víctor Hugo. En cuanto a la novela, ya que empezamos hablando de Chesterton, lo voy a citar. Dijo Chesterton que la novela casi ha nacido con nosotros y bien puede morir con nosotros. Yo creo que más importante que la novela es el cuento; el cuento es tan antiguo como el hombre, y así como en la niñez del hombre están los cuentos, así como a un niño le gusta oír cuentos, así los cuentos que se llamaron mitologías o cosmogonías están al principio de la humanidad y son más importantes, me parece, que la novela, forma típica de nuestro tiempo y acaso solo típica de nuestro tiempo y no de todos ellos.
Y al referirse a la tarea del escritor, decía: “… Creo que es mejor que los escritores sean un poco imprudentes. No conviene que estén vigilados todo el tiempo, como sucede aquí. Esto puede inhibirlos. Hace un rato hablé de Hernández y podríamos hablar de Shakespeare también, a quien le interesaba escribir piezas de teatro para los cómicos de su empresa y no escribir obras inmortales. Quizás lo mejor para un escritor sea desertar de la teoría y entregarse a la práctica”.
Por otra parte, para juzgar acertadamente a MEBA, es preciso enfocarlo fundamentalmente como un escritor de cuentos. Solo así se explicarán determinadas actitudes. La actividad crítica, de estudioso, de profesor, desarrollada por MEBA, avanza y se mezcla muy a menudo con el cauce de sus ficciones, logrando no solo ese particular estilo que lo señala de modo tan especial dentro de la literatura paraguaya, sino también algunas confusiones que el lector inadvertido pensará como desmayos de quien se nos presenta constantemente vigilante de su labor literaria.
En sus cuentos prevalece, insisto, el poder fantástico, la fabulación y el misterio, lo que lo emparenta con la corriente de la novela gótica inglesa (José Vicente Peiró Barco dixit) “y del relato fantástico interior y fenomenológico de Guy de Maupassant, basado en el efecto que tienen las circunstancias en el personaje, autores que han influido mucho en Argüello, para realizar ejercicios de novela fantástica al modo tradicional del siglo pasado, envuelto en las circunstancias del presente paraguayo”.
Argüello, en definitiva, ha pasado a ser el autor más importante de relatos de terror y de misterio de la narrativa paraguaya contemporánea, y su mundo cerrado en el que los personajes y los espacios donde sucede la acción reaparecen, y las situaciones son bastante parecidas, le otorga haber obtenido el privilegio de haber demostrado que los relatos orales de misterio que circulan en el Paraguay pueden tener tanta calidad como los que se han escrito por individuales de otros países del mundo.
Leer original en ABC COLOR – Suplemento Cultural (http://www.abc.com.py/nota/manuel-e-b-arguello-meba-el-gran-olvidado/)
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“Yo tuve la oportunidad de compartir la actividad docente con el Prof.Dr. Manuel E.B. Arguello por casi veinte años, en el Instituto Dr. Andrés Barbero de la Universidad Nacional de Asunción; donde él ejercía la Cátedra de Castellano. Con el Prof.Dr. Arguello tomamos varios exámenes de ingreso a la mencionada casa de estudios e incluso me tocó cubrirlo, durante su ausencia por enfermedad, en los cursos que estaban a su cargo en dicha institución. Persona extraordinaria, alegre, bromista, muy inteligente y; sobre todo, amante del Guarani y de la cultura paraguaya” (David Galeano Olivera).
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